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Soneto 1

De las cosas bellas, queremos más,
y de la rosa hermosa, que no muera.
Pero si la muerte lleva al final,
en el retoño, la memoria queda.
Tú, prisionero de tus bellos ojos
los nutres del brillo de tus encantos,
conviertes en escasez tus tesoros
y, como un enemigo, te haces daño.
Tú, del mundo eres refrescante adorno,
heraldo único de la primavera.
En tu capullo sepultas el oro
que malgastas, mísero, a tu manera.
Compadece al mundo o este glotón sé,
que come del mundo y de sí a la vez.
inglés

Se abre el telón. Comienza la obra. Caminamos por una de las calles de Londres a fines del siglo XVI de adoquines marcados por el uso y el tiempo, el aire cargado de olores de la ciudad. El sol mira discreto entre las nubes. Pasamos por una ventana entreabierta. Escuchamos voces. Nos detenemos. Oímos una conversación. No vemos a los interlocutores, pero reconocemos la voz de uno de ellos. Es William Shakespeare. Escuchemos.

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