Soneto 122
Tu regalo, el cuaderno, está en mi mente.
Su contenido inscrito en mi memoria.
Sobrepasa lo trivial del presente.
Perdurará hasta el final de la historia,
o mientras al corazón y a la mente
dé facultades la naturaleza.
Hasta que en ambas el olvido pese,
tus acciones en mí estarán impresas.
Los papeles contenerte no pueden.
Tampoco cuenta de tu amor llevar.
Que tu cuaderno di, fue un acto adrede.
Pues confío en mi mente al recordar.
Poner tu recuerdo en un accesorio
haría el recordarte transitorio.
inglés
Esta debe ser la excusa más elaborada en la historia de las excusas. Lo que se puede inferir del soneto es que el muchacho había compartido con el autor un cuaderno de apuntes personales. Recordemos que en el Soneto 77 Shakespeare exhortaba al muchacho a que escribiera. Parece que a Shakespeare se lo perdió el libro o se lo dio a alguien. En el contexto de los vaivenes de la relación es posible también que el autor lo haya botado intencionalmente. El muchacho ahora le reclama. En su defensa Shakespeare presenta un argumento algo extraño, siendo él escritor. Dice que hay cosas de tal valía que conservarlas por escrito, en vez de la memoria, las desmerece. Si Shakespeare creía eso o no, no sabemos. Pero es interesante observar que esa creencia ha existido en otras culturas.
Martín Prechtel, en su libro, “Secrets of the Talking Jaguar” (1998) “Secretos del jaguar parlante” relata una experiencia de cuando vivió en una comunidad maya en Guatemala. Dice: “ ...mi vida en la aldea estaba inmersa en la tradición oral. No se escribía nada, nada se preservaba por escrito; uno solamente dependía de su habilidad para recordar. Los mayas saben que la gente escriben las cosas, no tanto para recordarlas, sino para asegurarse de que no las tienen que recordar. Esto les da la opción de recordarlas cuando quieran. Pero para los mayas tzutujiles, en la aldea donde yo vivía en Guatemala, olvidar algo sagrado era deshonrarlo. Ellos no se daban la opción de olvidar, nada de valor real era permitido poner por escrito.”
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